domingo, 9 de septiembre de 2012

Hace 30 años, la caída de Allende: dictadura y democracia son las 2 caras de la barbarie capitalista

Artículo extraído de la Corriente Comunista Internacional
Revista Internacional nº 115 (2003)


El 11 de septiembre de 1973, un golpe de Estado ­dirigido por el general Pinochet derribaba en un baño de sangre el gobierno de Unidad popular de Salvador Allende en Chile. La represión que se abatió sobre la clase obrera fue terrible: miles de personas (1), en su mayoría obreros, fueron asesinadas sistemáticamente, miles fueron encarceladas y torturadas. A esa barbarie espantosa hay que añadir varias centenas de miles de despedidos del trabajo (un obrero de cada diez durante el primer año de dictadura militar).

El orden reinante en Santiago (que se instauró gracias a la CIA (2)) no fue sino el del terror capitalista en su forma más caricaturesca. Con ocasión del derrocamiento del gobierno “socialista” de Allende, toda la burguesía “democrática” ha aprovechado la ocasión para intentar una vez más desviar a la clase obrera de su propio terreno de lucha. Una vez más,la clase dominante intenta hacer creer a los obreros que el único combate en el que deben comprometerse es el de la defensa del Estado democrático contra los regímenes dictatoriales dirigidos por bestias ­sanguinarias. Ese es el sentido de algunas campañas montadas por los medios que ponen en paralelo el golpe de Estado de Pinochet del 11 de septiembre de 1973 y el atentado contra las Torres gemelas en Nueva York (cf. el título del diario francés le Monde del 12/09/03: “Chile 1973: el otro 11 de septiembre”).

En ese coro unánime de todas las fuerzas ­democráticas burguesas, están en primera línea los partidos de izquierda y los tenderetes izquierdistas que participaron plenamente, junto al MIR (3) chileno en el alistamiento de la clase obrera tras la camarilla de Allende, entregándola así atada de pies y manos a las matanzas (4). Ante semejante mistificación, presentar a Allende como pionero del socialismo en Latinoamérica, les incumbe a los revolucionarios restablecer la verdad recordando las “gestas” de la democracia chilena. Pues los proletarios no deben olvidar que fue el ­“socialista” Allende quien mandó al ejército, “popular” sin duda, a reprimir las luchas obreras, permitiendo así después a la junta militar de Pinochet rematar la labor.

Publicamos aquí un artículo adaptado de una hoja repartida a principios de noviembre de 1973 por World Revolution y la hoja repartida, tras el golpe de Estado, por Révolution internationale, o sea los grupos que iban a formar las secciones de la CCI en Gran Bretaña y en Francia.

Panfleto de World Revolution
(publicación de la CCI en Gran Bretaña)

En Chile como en Oriente Medio, el capitalismo ha mostrado una vez más que sus crisis se pagan con sangre de la clase obrera. Mientras la Junta asesinaba a trabajadores y a todos aquellos que se oponen a la ley del capital, la “izquierda” del mundo entero se unía en un mismo coro histérico y mentiroso. Resoluciones parlamentarias, lloriqueos de Casandra de los partidos de izquierda, furor de trotskistas gritando “Ya os lo habíamos dicho”, grandes manifestaciones, todo eso no ha sido sino lo mismo repetido machaconamente y muy bien preparado por la izquierda oficial y los izquierdistas. Su asociado chileno, el difunto gobierno de Unidad Popular de Allende fue el preparador de la matanza tras haber desarmado, material e ideológicamente, a los trabajadores chilenos durante tres años.

Considerando la coalición de Allende como la de la clase obrera, llamándola “socialista”, toda la “izquierda” lo ha hecho todo por ocultar o minimizar el papel verdadero de Allende, ayudando a perpetuar los mitos creados por el capitalismo de Estado en Chile.


La naturaleza capitalista del régimen de Allende

Toda la política de la Unión popular fue reforzar el capitalismo en Chile. Esa amplia fracción del capitalismo de Estado, apoyada en los sindicatos (que hoy son por todas partes órganos del capitalismo) y en sectores de la pequeña burguesía y de la tecnocracia estuvo repartida durante quince años en los partidos comunista y socialista. Con el nombre de Frente de trabajadores, FRAP o Unidad popular, esta fracción quería hacer competitivo el atrasado capital chileno en el mercado mundial. Esta política, apoyada en un fuerte sector estatal, era pura y simplemente capitalista. Pintar las relaciones capitalistas de producción con un barniz de nacionalizaciones bajo “control” obrero no cambia nada: las relaciones de producción capitalistas quedaron intactas bajo Allende, e incluso fueron reforzadas al máximo. En los lugares de producción de los sectores público y privado, los obreros tenían que seguir sudando para un patrón, seguir vendiendo siempre su fuerza de trabajo. Había que satisfacer el apetito insaciable de la acumulación de capital, agudizado por el subdesarrollo crónico de la economía chilena y una inmensa deuda externa, sobre todo en el sector minero (cobre) de donde el Estado chileno saca el 83 % de sus ingresos por importación.

Una vez nacionalizadas, las minas de cobre tenían que ser rentables. Sin embargo, desde el principio, la resistencia de los mineros vino a poner trabas a ese plan capitalista. En lugar de dar crédito a las consignas reaccionarias de la Unidad popular como “El trabajo voluntario es un deber revolucionario”, la clase obrera industrial de Chile, los mineros en particular, siguió luchando por el aumento de sueldos, rompiendo los ritmos con ausencias e interrupciones. Era la única manera de compensar la caída del poder adquisitivo de los años anteriores y la inflación galopante bajo el nuevo régimen que había alcanzado 300 % por año antes del golpe de Estado.

La resistencia de la clase obrera a Allende se inició en 1970. En diciembre de ese año, 4000 mineros de Chuquicamata se pusieron en huelga exigiendo aumentos de sueldo. En julio de 1971, 10 000 mineros de carbón se pu­sie­ron en huelga en la mina de Lota Schwager. Las huelgas se extendieron en la misma época por las minas de El Salvador, El Teniente, Cuchicamata, La Exótica y Río Blanco, exigiendo aumentos de sueldo.


Allende desencadena la represión contra los obreros

La respuesta de Allende fue típicamente capitalista, una de cal y otra de arena: alternativamente calumniaba y halagaba a los trabajadores. En noviembre de 1970 vino Castro a Chile para reforzar las medidas antiobreras de Allende. Castro recriminó a los mineros, tratándolos de agitadores y “demagogos”; en la mina de Chuquicamata, declaró que “cien toneladas de menos por día significa una pérdida de 36 millones de $ por año”.

El cobre es la principal fuente de divisas de Chile, pero las minas solo son el 11% del producto nacional bruto y sólo emplean al 4% de la fuerza de trabajo, o sea unos 60 000 mineros. En todo caso, la importancia numérica de ese sector de la clase obrera no tiene nada que ver con el peso que los mineros representan en la economía nacional. Poco numerosos, pero muy poderosos y conscientes de serlo, los mineros obtuvieron del Estado la escala móvil de salarios y dieron la señal de la ofensiva sobre los salarios que surgió en toda las la clase obrera chilena en 1971. Toda la prensa burguesa estaba de acuerdo en decir que “la vía chilena al socialismo” era una forma de “socialismo” que ha fracasado. Los estalinistas y los trotskistas, con sus diferencias, han estado de acuerdo con ese “socialismo”. Los trotskistas otorgaron un “apoyo crítico” al capitalismo de Allende. Los anarquistas no se han quedado atrás: “La única salida de Allende hubiera sido llamar a la clase obrera a tomar el poder para sí misma y adelantarse así al golpe de Estado inevitable” escribía Libertarian Struggle en octubre [de 1973]. Así, Allende no sólo era “marxista”, sino también una especie de Bakunin malogrado. Pero lo tragicómico del caso es imaginarse que un gobierno capitalista pueda un día ¡llamar a los obreros a destruir el capitalismo!

En mayo-junio de 1972, los mineros volvieron a movilizarse: 20 000 se pusieron en huelga en las minas de El Teniente y Chuquicamata. Los mineros de El Teniente reivindicaron una subida de salarios de 40 %. Allende puso las provincias de O’Higgins y de Santiago bajo control militar, pues la parálisis de El Teniente “estaba amenazando seriamente la economía”. Los ejecutivos “marxistas” de la Unión popular expulsaron a los trabajadores y en su lugar pusieron a esquiroles. Quinientos carabineros atacaron a los obreros con gases lacrimógenos e hidrocañones. Cuatro mil mineros hicieron una marcha a Santiago para manifestarse el 11 de junio, la policía se les echó encima sin contemplaciones. El gobierno trató a los mineros de “agentes del fascismo”. El PC organizó desfiles en Santiago contra los mineros, llamando al gobierno a dar prueba de firmeza. El MIR, “oposición leal” extraparlamentaria a Allende, criticó el uso de la fuerza y tomó partido por la “persuasión”. Allende nombró un nuevo ministro de Minas en agosto de 1973: al general Ronaldo González, director de munición del Ejército.

El mismo mes, Allende alertó a las unidades armadas en las 25 provincias del país. Era una medida contra la huelga de los camioneros, pero también contra algunos sectores obreros que estaban en huelga, en obras públicas y en transportes urbanos. Durante los últimos meses del régimen de Allende, la política cotidiana fueron los ataques generalizados y los asesinatos contra los trabajadores y los habitantes de las chabolas por parte de la policía, el ejército y los fascistas.

A partir de ese momento, el caballo de Troya del capitalismo, o sea la Unidad popular, intentó reforzar su electorado en toda clase de “comités populares” jerarquizados, como los 20 000 que existían en 1970, en esas “juntas de abastecimiento y de precios” (JAP) y finalmente en los cordones industriales tan ensalzados que los anarquistas y trotskistas presentaban como “soviets” o comités de fábrica. Es cierto que los cordones eran en su gran mayoría la obra espontánea de los trabajadores, al igual que muchas ocupaciones de fábricas, pero acabaron siendo recuperados por el aparato político de la Unidad popular. Como un periódico trotskista debía admitirlo: “en septiembre de 1973 surgieron esos cordones en todas las barriadas industriales de Santiago y los partidos políticos de izquierda animaban a su instauración por todo el país” (Red Weekly, 5 de octubre de 1973).

Los cordones no estaban armados y no tenían ninguna independencia respecto a las redes sindicales de la Unidad Popular, de los comités locales de la policía secreta, etc. Su independencia sólo habría podido afirmarse si los trabajadores hubieran empezado a organizarse separadamente y contra el aparato de Allende. Eso habría significado abrir una lucha de clases contra la Unidad popular, contra el ejército y el resto de la burguesía.

En diciembre de 1971, Allende ya había dejado hacer a Pinochet, uno de los nuevos dictadores de Chile. En octubre de 1972, el ejército (el querido “ejército popular” de Allende) fue llamado a participar en el gobierno. Allende reconocía así la incapacidad de la coalición gubernamental para dominar a la clase obrera. Lo había intentado y había fracasado. El ejército debía seguir con la labor sin adornos parlamentarios. Peor todavía, la Unidad popular había permitido el desarme de los trabajadores ideológicamente: esto facilitó la tarea de los asesinos del 11 de septiembre [de 1973].


La izquierda y la extrema izquierda engañan a los obreros

En realidad, Allende alcanzó el poder en 1970 para salvar la democracia burguesa en un Chile en crisis. Tras haber reforzado el sector estatal para rentabilizar la economía chilena en crisis, tras haber embaucado a una gran parte de la clase obrera con una fraseología “socialista” (lo cual era imposible a los demás partidos burgueses) su función había terminado. La conclusión lógica de esta evolución, o sea un capitalismo totalmente controlado por el Estado, no era posible en Chile, pues seguía perteneciendo a la esfera de influencia del imperialismo estadounidense y debía comerciar en un mercado mundial hostil dominado por ese imperialismo. La “izquierda” y todos los liberales, humanistas, charlatanes y tecnócratas prorrumpieron en lamentos por la caída de Allende. Aplaudieron la mentira del “socialismo” de Allende para embaucar a la clase obrera. Ya en septiembre de 1973, en Helsinki, los socialdemócratas de todo color, representantes de 50 naciones, se reunieron para “derrocar” a la junta chilena. Volvieron a sacar a relucir las carcomidas consignas del antifascismo para desviar de la lucha de clases, para ocultar a los proletarios que no tienen nada que ganar luchando y muriendo por una causa burguesa o “democrática”.

En Francia, Mitterrand y el “Programa común de la izquierda”, todos los curas progresistas y demás ralea burguesa se han puesto a entonar la copla antifascista. Con el pretexto del “antifascismo” y de apoyo a la Unidad Popular, los diferentes sectores de la clase dirigente intentarán movilizar a los trabajadores para sus remiendos parlamentarios.

Frente a esta nueva “brigada internacional” de la burguesía, la clase obrera no puede sino mostrar desprecio y hostilidad.

Las fracciones de la “extrema izquierda” del capitalismo de Estado han tocado en este concierto la misma flauta que el MIR en el de Allende. Pero, sutiles como ellos son, su apoyo era “crítico”. Sin embargo, la cuestión no es “parlamento contra lucha armada”, sino capitalismo contra comunismo, antagonismo entre la burguesía del mundo entero y trabajadores del mundo entero.

Los proletarios sólo tienen un programa: abolición de fronteras, abolición del Estado y del parlamento, eliminación del trabajo asalariado y de la producción mercantil por los productores mismos, liberación de la humanidad entera mediante la victoria de los consejos obreros revolucionarios. Otro programa solo será el de la barbarie y la engañifa de la “vía chilena al socialismo”.


Panfleto de Révolution internationale
(publicación de la CCI en Francia)

¡Abajo la “vía chilena” a la masacre!

La chusma militar está asesinando a los obreros de Chile a cientos. Casa por casa, fábrica por fábrica, persiguen a los proletarios, los detienen, los torturan, los humillan, los matan. Reina el orden. El orden del capital, o sea, la BARBARIE.

Lo más horrible, lo más desesperante todavía, es que los trabajadores están acorralados, quieran o no quieran entrar en un combate en el que ya están derrotados de antemano, sin ninguna perspectiva, sin que en ningún momento puedan tener la convicción de arriesgar su vida por sus propios intereses.

La “izquierda” toca a rebato ante la matanza. ¡Pero si ha sido el gobierno de Unidad Popular el que ha llamado al poder a esa horda armada! Lo que la “izquierda” se calla cuidadosamente es que hace diez días, todavía gobernaba con esos mismos asesinos a los que ella calificaba de “Ejército Popular”. A esos criminales, a esos torturadores los saludaba abrazándolos en el mismo momento en que YA habían empezado a detener a obreros, a entrar en las fábricas.

Algo debe quedar claro. Desde hace tres años de gobierno de izquierdas, NUNCA han cesado los obreros de ser engañados, explotados, reprimidos. Ha sido la “izquierda” la que ha organizado la explotación. Ha sido ella la que ha reprimido a los mineros en huelga, a los obreros agrícolas, a los hambrientos de los barrios pobres. Fue ella la que denunció a los trabajadores en lucha tildándolos de “provocadores”, fue ella la que llamó a los militares al gobierno.

La Unidad Popular no ha sido nunca otra cosa que una manera particular de mantener el orden engañando a los trabajadores. Frente a la crisis que se profundiza a escala mundial, el capital chileno, en gran dificultad, antes de superarla, tenía primero, que someter al proletariado, reducir su capacidad de resistencia. Para ello, tenía que actuar en dos tiempos. Primero embaucarlo. Una vez cumplido el engaño, han alistado a los trabajadores tras las banderas burguesas de la “democracia”, o sea con los pies y las manos atadas ante el paredón.

La izquierda y la derecha de Chile, como en otras partes, no son sino las dos vertientes de la misma política del capital: aplastar a la clase obrera.


Utilizan los cadáveres de los obreros de Chile para embaucar a los de Francia

La izquierda y los izquierdistas no se contentan con llevar a los obreros a la escabechina. Además, aquí en Francia, tienen la desvergüenza de usar los cadáveres de los proletarios chilenos para organizar una engañifa a gran escala: ni esperan a que seque la sangre para llamar a los obreros a manifestarse, a cesar el trabajo para defender la “democracia” contra los militares. Así, Marchais, Mitterrand, Krivine y compañía se preparan a hacer el mismo papel que Allende, el PC y el MIR izquierdista en Chile. Pues en Francia, como en todas partes, con la profundización de la crisis, se les planteará el problema de doblegar al proletariado.

Al organizar la engañifa “democrática” sobre Chile, la izquierda se está preparando ya a llevar a cabo la operación de alistar a los obreros tras los estandartes de las “nacionalizaciones”, “la república” y otras zarandajas, para dejarlos clavados en un terreno que no es el suyo y dejarlos listos para el aplastamiento. Y al negarse a denunciar a la izquierda por lo que ésta es, los izquierdistas se ponen, también ellos, en el campo del capital.

La lección

En Chile, la crisis ha golpeado antes y más rápidamente que en otros sitios. Y antes de que el proletariado haya entablado su propio combate, las fuerza de izquierda, ese caballo de Troya de la burguesía en medio de los trabajadores, se las han arreglado para amordazarlo e impedirle aparecer como fuerza independiente en su propio terreno, con su programa, que no es el de ninguna reforma “democrática” o estatal del capital, sino la revolución social.

Todos aquellos que, como los trotskistas, han aportado el menor apoyo a esa esterilización de la clase obrera, apoyando, aunque fuera haciendo ascos y de manera “crítica”, a esas fuerzas, también tienen su responsabilidad en la masacre. Esos mismos trotskistas en Francia dan la prueba de que están del mismo lado de la barricada que la fracción de izquierdas del capital, pues se dedican a polemizar con ésta sobre los medios “tácticos” y militares para llegar al poder y reprochan a Allende el no haber alistado mejor a los obreros.

Desde Francia en 1936 hasta Chile hoy, pasando por la guerra de España, por Bolivia o Argentina, es la misma lección de siempre la que hay que sacar.

El proletariado no puede establecer ninguna alianza, formar ningún frente con las fuerzas del capital, por mucho que se pongan los adornos de la “libertad” o del socialismo. Cualquier fuerza que contribuya, por muy débilmente que sea, a vincular a los obreros a una cualquiera de las fracciones de la clase capitalista, está del lado de ésta. Cualquier fuerza que mantenga la menor ilusión sobre la izquierda del capital es un eslabón de una única cadena que lleva inevitablemente a la matanza de obreros.

Una sola unidad: la de todos los proletarios del mundo. Una sola línea de conducta: la autonomía total de las fuerzas obreras. Una sola bandera: la destrucción del Estado burgués y la extensión internacional de la revolución. Un solo programa: la abolición de la esclavitud asalariada.

Aquellos que tengan tendencia a dejarse embaucar por las bellas palabras, por los discursos vacuos sobre la “república”, las coplas empalagosas sobre la “Unidad Popular” lo mejor que pueden hacer es mirar bien el cuadro de horrores que es hoy Chile.

Con la profundización de la crisis sólo hay una alternativa: o reanudación revolucionaria o aplastamiento del proletariado.            


1) Las cifras oficiales son de 3000 muertos pero las asociaciones de ayuda a las víctimas hablan de más de 10 000 muertos y desparecidos.

2) Debe decirse que Estados Unidos no fue el único país en dar apoyo a las bestias uniformadas de Sudamérica. Así, la junta que tomó el poder en Argentina algún tiempo después y que mató a 30 000 personas, cooperó activamente con la de Chile en el marco de la “operación Cóndor” para asesinar a oponentes, operación que tuvo el apoyo “técnico” de expertos militares franceses que les enseñaron una maestría adquirida durante la Guerra de Argelia en las artes y ciencias de la tortura y otros conocimientos para la lucha contra la “subversión”.


3) MIR: Movimiento de la izquierda revolucionaria.


4) Ver Révolution internationale nouvelle-série nº 5, 1973,

lunes, 3 de septiembre de 2012

Masacre de Marikana: Lecciones de la experiencia sudafricana

 

El 10 de agosto de 2012, en la mina de platino de Marikana -propiedad de la empresa británica Lonmin- 3000 trabajadores comenzaron una huelga para exigir la triplicación de sus salarios y mejores condiciones laborales.

Cuatro días más tarde, diez personas murieron en enfrentamientos entre dos sindicatos: el NUM (National Union of Mineworkers) y el AMCU (Association of Mineworkers and Construction Union). Ninguna de estas organizaciones representa los intereses de los trabajadores. El NUM es afiliado de la oficialista confederación sindical COSATU. El AMCU surgió en 1998 como una facción disidente del NUM y fue formalmente registrado como sindicato en 2001. Es una especie de sindicato "gremialista", pues se considera a sí mismo "apolítico y no-comunista", características que supuestamente lo diferenciarían del NUM.

Tras los enfrentamientos, el NUM solicitó la intervención del ejército para "poner fin" a los hechos de violencia. El 16 de agosto, un grupo de mineros "armados" con machetes y palos se enfrentó a la policía. Ésta respondió con una represión brutal, disparó provocando la muerte de 34 obreros e hiriendo a otros 78. Se trató de la operación represiva más sangrienta desde el fin del Apartheid: La Masacre de Marikana.

Tras la matanza, 270 trabajadores -que habían participado en los disturbios- fueron arrestados. El jueves 30, la Fiscalía los acusó del asesinato de sus 34 compañeros caídos. La acusación se hizo en virtud de una antigua ley, según la cual, quienes participen en episodios violentos contra la policía pueden ser responsabilizados de los daños y pérdidas de vidas resultantes.

No sólo en Marikana se han alzado los obreros contra sus patronos. El 3 de septiembre, 60 mineros -que habían sido despedidos en junio pasado- bloquearon las puertas de una mina de oro en Modder East, reclamando su reincorporación al trabajo. Cuatro de ellos resultaron heridos debido a disparos de los guardias de seguridad.

Desenmascarando a la "Izquierda"
Sudáfrica es gobernada por una coalición tripartita integrada por el Congreso Nacional Africano (miembro de la Internacional “Socialista”), el Partido “Comunista” Sudafricano y la confederación sindical COSATU. Luego de los enfrentamientos del 14 de agosto, el SACP (South African "Communist" Party) emitió una declaración en la que insta a la policía a "actuar rápidamente y castigar a los gamberros -en alusión a los dirigentes del AMCU- que han sustituido la razón y el diálogo por las balas". ¿No nos recuerdan estas palabras a las que pronuncian los dirigentes de la UDI y RN cuando hay manifestaciones en Chile? ¡La izquierda oficial es una farsa! Nos dicen que votemos por ella, pues de lo contrario le estaríamos "haciendo el juego a la derecha". Sin embargo, cuando ellos toman el poder político no hacen más que continuar con la explotación capitalista. La experiencia histórica así lo demuestra y ejemplos sobran: Desde la URSS hasta la reciente patraña llamada "Socialismo" del siglo XXI. Lamentablemente, muchos proletarios aún creen que todo lo que cínicamente se hacer llamar "comunista" o "socialista" es "bueno" o en su defecto, un "mal menor".

La hipocresía de las Democracias Occidentales
No sólo la hipocresía de la "izquierda" queda de manifiesto, sino también la de las Democracias Occidentales. Cuando una dictadura que no es del agrado de éstas -como la de Bashar Al Assad en Siria- arremete contra sus opositores, lloriquean y nos hablan de "libertad" y "respeto a los DDHH" en sus medios de comunicación. Sin embargo, en Sudáfrica, como en toda democracia liberal, el ordenamiento jurídico permite que "emprendedores" de todo el mundo inviertan en el país e instalen sus empresas. ¿Por qué ni la ONU ni la OTAN se han pronunciado condenando esta masacre? No olvidemos que la mina de Marikana es propiedad de la compañía británica Lonmin. No necesitan intervenir en el conflicto, pues el Estado sudafricano ya "reconoce y ampara" la propiedad privada de las empresas extranjeras en su territorio. Sin duda alguna, la democracia es la forma más eficaz de explotación capitalista. Detrás de toda esa maraña de "derechos" y "libertades" que la burguesía nos "reconoce" en sus textos legales, se esconde un sistema que consiste en la explotación del hombre por el hombre.

Conflictos étnicos: La burguesía distrae al proletariado de la lucha de clases
En tiempos del Apartheid, los habitantes de Sudáfrica se hallaban segregados en etnias o razas. La población eurodescendiente -la etnia afrikáner o bóer y los descendientes de colonos británicos- era la única que gozaba de derechos políticos. Los miembros de las etnias nativas -xhosa, zulú, basuto, etc- no eran considerados sudafricanos, sino ciudadanos de alguna de las diez reservas territoriales establecidas por el gobierno central. Estas reservas -que recibían el nombre de bantustán- fueron creadas bajo el gobierno de Hendrik Verwoerd (1958-1966) con la finalidad de alojar en ellas a la población "no blanca".

Aun cuando este régimen de segregación racial era favorable a los afrikáneres, siempre hubo sectores marginados del poder político dentro de esta etnia. Prueba de ello es la Rebelión del Rand (1922), una revuelta de mineros "blancos" que fue brutalmente reprimida por el ejército. Para amansar a los proletarios bóeres, el Estado racista sudafricano les garantizaba empleo, beneficios sociales y una vivienda subsidiada.

No sólo entre los afrikáneres hay antagonismo de clases, sino también entre las etnias nativas. Fue la burguesía "negra" la que encabezó la lucha contra el Apartheid, régimen segregacionista que llegó a su fin en 1994, cuando Nelson Mandela -líder del Congreso Nacional Africano- ganó las primeras elecciones presidenciales en que participó la población nativa. Zondwa Mandela -nieto del primer presidente "negro" de Sudáfrica- y Khulubuse Zuma -sobrino de Jacob Zuma, el mandatario actual- forman parte de Aurora Empowerment Systems, una de las empresas propietarias de la mina aurífera de Modder East. Dicha compañía ha sido reiteradamente acusada de explotar y negar las condiciones apropiadas de empleo a los trabajadores

La llegada del CNA al poder sólo significó la renovación de la burocracia sudafricana. Aunque se puso fin a la segregación racial, los conflictos étnicos continúan. Los "blancos" -especialmente los afrikáneres- denuncian "discriminación inversa" por parte de las autoridades actuales. Al respecto, el siguiente video me ha llamado particularmente la atención:


"Estamos luchando por nuestro idioma, estamos luchando por trabajo, entonces mi sentimiento es que lo único que hacemos es luchar todo el tiempo para sobrevivir" 
Éstas son las palabras de una mujer afrikáner que vive en la pobreza. Una vez más, la burguesía pone en práctica el viejo principio "divide y vencerás". En Sudáfrica, existen movimientos políticos que propugnan la autodeterminación del pueblo afrikáner. Entre ellos, podemos mencionar al Frente de la Libertad, el cual propone el establecimiento de un territorio exclusivo para la población bóer.

Los proletarios debemos evitar caer en el Nacionalismo, una trampa de la burguesía para dividir a nuestra clase. El capitalismo refuerza las diferencias preexistentes -étnicas, nacionales, religiosas, etc- y crea otras nuevas -políticas, económicas ("aristocracia obrera" vs obreros que viven en la miseria), etc-. Es imperioso promover la conciencia de clase frente a cualquier otro tipo de "identidad".

La experiencia sudafricana confirma que “la historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases

Proletarios de todas las etnias, 
¡Uníos contra vuestro adversario común: la burguesía!

domingo, 26 de agosto de 2012

Proletarios de todos los países, ¡Uníos!

He decidido crear este blog, pues considero imperioso en estos tiempos promover la conciencia de clase entre el proletariado. La burguesía pone en práctica el viejo principio "divide y vencerás". Frecuentemente los proletarios se ven involucrados en conflictos que enfrentan a naciones, etnias, religiones, partidos políticos, sindicatos, etc. Estas disputas son alentadas por la burguesía, ya que distraen a nuestra clase de la única lucha que nos pertenece: La lucha de clases.

Es imperioso asimismo desenmascarar a nuestros falsos amigos. Muchos regímenes supuestamente "comunistas" -desde la Unión Soviética hasta la reciente patraña denominada "Socialismo" del siglo XXI- han oprimido al proletariado en nombre del "anti-imperialismo", la soberanía nacional, el patriotismo, etc. Según los partidarios del liberalismo, los atropellos cometidos por algunos de estos gobiernos serían pruebas de "la naturaleza criminal del comunismo". ¡No nos dejemos engañar! El capitalismo tiene muchas caras y dichos regímenes pertenecen a una de estas variantes: el Capitalismo de Estado. En el Capitalismo de Libre Mercado -EEUU, Japón, Alemania, Chile, etc- existen varias empresas a las que los proletarios pueden vender su fuerza de trabajo. En cambio, en el Capitalismo de Estado -URSS, Cuba, Corea del Norte, etc- los proletarios no tienen más opción que trabajar para la única empresa existente: el Estado. En una sociedad comunista, ni las empresas privadas ni el Estado son los dueños de los medios de producción, sino el proletariado en su conjunto.

Aunque resido en Chile, mi intención es analizar y reflexionar sobre lo que ocurre en todo el orbe. Evitemos caer en el error de pensar que cada país o región padece problemas aislados. El capitalismo es un sistema mundial, por consiguiente, la explotación que sufren los proletarios de un sector del planeta es la misma que sufren los demás.

Debemos combatir al capitalismo en todas sus formas: Capitalismo de Libre Mercado y Capitalismo de Estado; Democracia y Dictadura; República y Monarquía; Estado Laico y Estado Confesional; etc.

¡Que las fronteras impuestas por la burguesía no nos dividan!
Proletarios de todos los países, ¡Uníos!